Había una vez una niña preciosa con un mapa en la cara, era un mapamundi dónde podían verse todos los países del mundo. El mapa se había ido dibujando poco a poco desde que nació hasta completarse a la edad de seis años.
Cada mañana desde que tenía uso de razón se miraba al espejo mientras la peinaba su madre y observaba el mapa, cada vez un poco más grande, y con más continentes…
Estaba muy cerca de su ojo derecho, en esa parte en la que la mejilla se inclina suavemente hacia el párpado… Primero había aparecido el país de las hadas, porque en todo cuento que se precie siempre tiene que haber hadas. Allí vivían hadas risueñas y bromistas con las que se reía mucho y hadas gruñonas que la reprendían cuando hacía alguna travesura y estaba escondida bajo la escalera, pero todas eran comprensivas y cariñosas con ella.
Había países habitados por animales imposibles de ver fuera de allí y que sólo aparecían cuando ella los dibujaba.
El país de los ogros fue de los últimos en aparecer, coincidió con el inicio de su etapa escolar y con la llegada de aquellos niños que siempre se reían de ella y le decían que tenía caca en la cara. La vecina de su abuela le echaba la culpa a su padre… “Eso es un antojo que tuvo tu madre y tu padre no le hizo caso…” No entendía lo que querían decir con eso, porque ella sólo veía hadas buenas y ogros malos… y ella era la princesa que reinaba sobre todos.
La fui viendo cambiar desde que nació, porque nada más aparecer los primeros signos de la mancha, los padres la habían traído a la consulta alarmados por si era algo malo. Nunca se había quejado ni le había preocupado, pero los comentarios hirientes de algunos niños, se grababan poco a poco en su mapa con tenaz persistencia. Yo le decía… “Esa mancha es tu sello personal, algo que te diferencia…” pero no podía pasar su existencia flotando por encima de la realidad y creció... y cuando se miraba al espejo veía algo más que un mundo de fantasía…
Ese día se quedó allí de pie junto a la puerta, muy quieta observándolo todo… la sala de espera estaba abarrotada de gente relajada y con ganas de conversar.
Mientras esperaba, cogió un lápiz y dibujó con asombrosa facilidad una niña estilizada sobre un trozo de papel. Justo debajo de ella, vi surgir de su lápiz un caballo al galope, y no hubo necesidad de explicar que a pesar de su jovialidad era eso lo que sentía… ganas de huir, de escaparse a su mundo…
Por el rabillo del ojo… vio acercarse el brillante cristal del cabezal del láser... cerró los ojos.
Un fuerte resplandor la llevó de nuevo al país de las hadas buenas donde se despidió de todas ellas y fue en ese momento cuando descubrió que ya no estaba en la camilla… que ya no vería mas el mapa en el espejo…
Muchas gracias por dejarme entrar en tu mundo mágico y misterioso… Adiós Princesa…
Precioso. Hablamos de estética, pero también de autoestima y de la forma de pensar de un niño. Ha sido bonito leerlo en Navidad.
ResponderEliminarGracias.
Gracias Juan por pasarte por aquí y Feliz Navidad
ResponderEliminarRealmente hermosos, la verdad pasaba por aquí y lo encontré... realmente en la medicina uno no se encuentra con clientes enfermos etc, con humanos y es mágico cuando en el dermatólogo aprende de sus pacintes y valora no solo su estado físico si no su integridad como persona.
ResponderEliminarY me gusto ver que realmente en esa mentalidad pura, infantil las situaciones no son más que situaciones, no hay un por qué solo se aprende a vivir con ellas.
Gracias por alegrarnos el día y llenarlo de magia