Esta mañana me he despertado temprano, muy
temprano. La casa estaba en silencio y todavía a oscuras.
Me he asomado uno por uno al cuarto de mis hijos y
los he observado mientras dormían.
He preparado un café y lo he bebido de un trago
como si de una medicina se tratase.
He atado con fuerza, casi con rabia, los lazos de
mis zapatillas de deporte y me he cubierto con un impermeable. El día amenazaba
lluvia.
Sentía tanta soledad y tanto frío que por un
momento he pensado en volver a mis sueños.
He estirado las piernas tal y como aconsejan hacer
antes de correr… y he salido al aire… al frío y húmedo aire de la costa.
Hoy sin música. En silencio. Sólo con el sonido de
mis pies golpeando el pavimento y mis pensamientos resonando al mismo ritmo.
Mientras corría he hecho la lista de la compra, he
organizado el trabajo pendiente, hasta he escrito un mail en mi memoria…
Todo daba vueltas en mi cabeza en esta fría mañana
de invierno.
De pronto, ha llegado esa escena… Casi sin darme
cuenta se ha hecho el silencio en mi cabeza. Y lo he visto, he visto su cara
mientras me lo contaba. Su tristeza, su incredulidad al ir relatándome por lo
que estaba pasando…
Hace unos días, mientras exploraba a un paciente al
que veo desde hace tiempo, le pregunté porqué no había acudido a su cita
anterior. Lo encontré más nervioso y distraído que otras veces. Respondía a mis
preguntas de forma mecánica, contestando a todo que estaba bien, que dormía
bien…
La supuesta perfección de su estado me sonaba a
falsa, a pura educación, como si pensara que mi interrogatorio era mera
cortesía.
Yo insistí, quería saber más para comprender porqué
se encontraba peor… Así fue como, poco a poco, me fue explicando la historia de
su hija, una joven inteligente, brillante en los estudios, que llevaba más de
un mes ingresada en salud mental por un intento de suicidio…
El se sentía responsable, creía que todo había
empezado unos años antes cuando tras regresar de un campamento de verano con
unos kilos menos, todos le habían dicho lo guapa que se había quedado… Desde
entonces, según él, había empezado a comer menos, a esconder la comida, a
aprender trucos para no engordar hasta ir quedándose más y más delgada… ya no
le bajaba la regla… ya no tenía fuerzas para seguir estudiando… escuchaba voces…
había debutado una esquizofrenia…
Según él la medicación ya había acallado esas
voces, pero a cambio del silencio, su hija antes hermosa y vibrante se había
convertido en una cáscara de sí misma. Ella se había ido.
Impotencia, es lo que siempre siento en lo que
respecta a las enfermedades mentales. Las comparo con un vestido perfectamente
cosido mediante un hilo muy débil que ha estado resistiendo durante años. Y
justo en el despertar de la edad adulta, algo tira de ese hilo y se deshace. Y
ahí queda una vida entera… como un montón grande y desorganizado de retales.
¡Joder! Es lo que pienso cuando escucho estas historias.
Provocan en mi mucha confusión. Me paro ante esos pedazos sueltos, intento
volver a coserlos… pero no se cómo ni por donde empezar. No es como una pieza de
cerámica que puedes pegar y volver a colocar en su estante.
Esta mañana, he corrido y he llorado.
Más y más de prisa. Mis pies ardían.
He llorado ríos… como hacía tiempo que no lo hacía.
Lágrimas de impotencia. Pero sorprendentemente, me he sentido más fuerte.
Al volver a casa he despertado a mis hijos y les he
dicho cuánto los quiero…
Sin palabras,... que jodido.
ResponderEliminarTriste y bello. Qué bien describes lo difícil.
ResponderEliminarAnte la enfermedad mental,impotencia, dolor y luego viene el estigma. Mucho sufrimiento.
ResponderEliminarEso que dices es una gran verdad. Cuando ves a alguien con una enfermedad mental mermadas sus capacidades, con esa mirada triste, perdida.....crea una tremenda tristeza y te planteas muchos"¿porqué?".
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