domingo, 1 de marzo de 2015

DERMATOLOGÍA Y COCINA

Cuando era niña, mi abuela tomaba las decisiones culinarias. Nadie se atrevía a contradecirla y mucho menos a hacer comentarios críticos. No era una mujer dispuesta a recibir sugerencias.

Nos servía contundentes platos de cocina andaluza que guardaba en su cabeza y que, preparados con amor, resultaban deliciosos… Legumbres estofadas, cazuelas, sopas, gazpachos…

Yo, acurrucada en un rincón de la cocina, mecida por aquellos aromas, leía historias de héroes imposibles...

Somos herederos de una cultura donde el desprecio por los placeres terrenales era una virtud y las costumbres ascéticas se consideraban buenas para la salud. Así que, mezclar libros donde se describe cómo preparar suculentos y placenteros manjares con otros concernientes al cuerpo, sus funciones y padecimientos, puede parecer hasta de mal gusto.

Pero como, en la variedad está el sabor, las novelas y los libros de cocina forman parte de mi vida a la par que los de dermatología.

Todos reinan por igual en mi cocina… en un lugar espacioso, luminoso… estantes repletos de libros impregnados con los aromas de miles de cocimientos. Mezclados con utensilios de un material indeterminado… que con el paso del tiempo y el calor de los fogones, han ido perdiendo su forma y color originales.

.............
Las alusiones al mundo de los fogones son abundantes en dermatología, una especialidad eminentemente descriptiva y en la que disponemos de un amplio “bufé” de signos y síntomas.

La comida nos ayuda a trabajar al permitirnos describir el color de las lesiones que estamos viendo; como en las manchas de “café con leche”, o las costras “melicéricas” (color miel) de las infecciones por estafilococos.

La textura también es importante... describimos como “orejas de coliflor” a la forma que toman los apéndices auriculares cuando sufren ciertas enfermedades inflamatorias crónicas. Y qué decir de la famosa “piel de naranja” que tanto nos atormenta a las mujeres, o el exudado “caseoso” (como suero de leche)…

Las glándulas olfativas perciben aromas que recuerdan al olor dulzón de la “uva fermentada” en las infecciones por pseudomonas. Incluso a algún dermatólogo le vino a la cabeza el olor de la “cerveza rancia” al acercarse a un paciente con escrofulodermas provocadas por el Micobacterium Tuberculosis.

Al explicar a los pacientes como tomar o aplicarse un tratamiento usamos analogías culinarias. Así, una pequeña cantidad de crema, la describimos como del tamaño de un garbanzo o de un grano de arroz.

Las pulgas hacen picaduras que se agrupan de tres en tres y las conocemos como “desayuno, comida y cena”.

En nuestra carta, comenzamos con los platos de carne; la “piel de gallina” define el aspecto de la queratosis pilar, y los “dedos en salchicha” a la artritis psoriásica.

El pescado hace su aparición en el segundo plato con las “erupciones asalmonadas” de, entre otras, la enfermedad de Still.

Y para condimentar los platos, tenemos los “granos de sal” (manchas de Koplik) del sarampión, la “pigmentación en sal y pimienta” de la esclerodermia y las “manchas de pimienta” de la Púrpura pigmentada progresiva.

Llegados al postre, las referencias a las frutas aparecen también en nuestros libros, así cuando exploramos las lesiones de lupus vulgar, vemos “jalea de manzana”. “Fresas” en la nariz de un paciente con rinofima o en la lengua de otro con escarlatina, y los hemangiomas congénitos pueden ser de dos tipos: de fresa o de cereza.

Un niño con una erupción en “grosella negra” podría tener xeroderma pigmentoso. Y un cabello fino, como “pelusa de melocotón” puede verse en el hipotiroidismo o en una chica con anorexia nerviosa.
…..


Recuerdo la cocina de mi abuela, allí presencié el misterio de la unión entre la levadura, la harina y el agua. El movimiento de sus manos, como una bailarina, al preparar la masa que luego crecía y cobraba vida… Y yo sentada en un rincón, inmersa en el calor del horno y la fragancia de aquel proceso milagroso, leía y soñaba…

1 comentario: