jueves, 30 de abril de 2015

CIRUGIA MINIMAMENTE INVASIVA

Querida doctora, adjunto a este correo, te envío un archivo con una foto mía.

Te parecerá una foto rara, pero es la última que tengo. Yo soy la que va encadenada, voy paseando a mis dos perros. Si la miras, podrás observar por qué necesito tu ayuda. Tengo la mirada caída. Mis cejas ya no son tan altivas como antes.

Yo antes tenía otra vida.

Creo que es porque ahora camino varios pasos detrás de él. El es el que va delante de mi. No se si soy yo, que ya no puedo seguirle o es él que huye de mi. Yo culpo a mis rodillas... todo estará mejor cuando me las operen.

Al principio no era así. Antes cuando paseábamos, sus ojos chispeaban a mi lado... mirándome fijamente. Ya sólo veo una espalda que se aleja...

Se que el borde externo de los orbiculares arrastran con fuerza mis cejas hacia el suelo, labrando profundos surcos a lo largo de mis sienes. Algunos dicen que las patas de gallo son líneas de felicidad, pero te aseguro que ya no me río a carcajadas.

Otros músculos, corrugadores y piramidal, justo entre las cejas, las aproximan. Antes demostraban mi carácter, mi fortaleza. Ahora intentan fruncirse para simular rabia… pero... es sólo impotencia.

He leído mucho sobre esto antes de escribirte. El frontal es el que levanta las cejas. Quiero que me las levantes para poder ver con claridad por encima de su hombro, no quiero ver sólo los tacones de sus zapatos.

¿Ves la casa tan bonita de la foto?

Es una jaula de oro. Necesito encontrar la salida.

El dice que me estoy arrugando, lo que estoy es encogiéndome, intentando desaparecer. Ya no es el hombre del que me enamoré. Me fallan las piernas, no puedo abrirme para cabalgar junto a el. Tengo flácido hasta el deseo.

Lo peor es que me he acomodado a esta rutina. Para sobrevivir, sólo necesito seguir las mismas ordenes, repetir las mismas frases cada día. Yo habría sido una buena actriz.

En la foto estoy volviendo a casa después de dar un paseo. Cada día me tumbo en la hamaca de ese jardín que ve al fondo, cada día miro entre las ramas de los árboles fragmentos de azul. Entonces, saco un pequeño espejo del bolso, lo pongo frente a mi. En esta posición todo cae hacia atrás, las cejas ya están en su sitio, los ojos muy abiertos… Con la luz en mi cara, hasta parezco feliz...

Pero siempre, me llama desde la puerta a gritos, y el espejo cae al suelo. Intentando agarrarlo, caigo con el. Me quedo a cuatro patas. Ya no es una posición placentera… Ay! mis rodillas…

El espejo en el suelo y mi cara sobre el… las mejillas sin nada que las sustenten, cuelgan. Se balancean alrededor de la boca. Reflejando exactamente cómo me siento, flácida, sin fuerzas…

Todos mis sentidos atentos a sus deseos. El es el amo. Me ha moldeado a su gusto… Ahora no recuerdo por qué me encantaba ser la señora de un señor tan importante. Desde el primer momento, me hizo ver el mundo como un lugar hostil, peligroso. Que necesitaba su protección, que sin él no era nada.

Levántame estas cejas, por favor. Pon mis pómulos donde estaban. Quiero vivir fuera de esta jaula, tomar mis propias decisiones, ponerme mis propias condiciones. Para eso, necesito ver con claridad, reconocer que ya no soy la única a la que moldea.

Levanta mis cejas.

Retira estos parpados flácidos de mis pestañas. Haz que la piel de mis mejillas se mueva en bloque mientras me río a carcajadas sin parecer un acordeón. Que el rictus de amargura desaparezca de mi boca.

No es por él. Ya nada es por él. Es por mi.


El futuro es largo, y en las noches y mañanas que irán sucediéndose, quizás este momento de la foto se me olvide como un sueño.


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