Querida doctora, adjunto a este correo, te envío un archivo con
una foto mía.
Te parecerá una foto rara, pero es la última que tengo. Yo soy
la que va encadenada, voy paseando a mis dos perros. Si la miras, podrás
observar por qué necesito tu ayuda. Tengo la mirada caída. Mis cejas ya no son
tan altivas como antes.
Yo antes tenía otra vida.
Creo que es porque ahora camino varios pasos detrás de él. El es el
que va delante de mi. No se si soy yo, que ya no puedo seguirle o es él que
huye de mi. Yo culpo a mis rodillas... todo estará mejor cuando me las operen.
Al principio no era así. Antes cuando paseábamos, sus ojos
chispeaban a mi lado... mirándome fijamente. Ya sólo veo una espalda que se
aleja...
Se que el borde externo de los orbiculares arrastran con fuerza
mis cejas hacia el suelo, labrando profundos surcos a lo largo de mis sienes. Algunos
dicen que las patas de gallo son líneas de felicidad, pero te aseguro que ya no
me río a carcajadas.
Otros
músculos, corrugadores y piramidal, justo entre las cejas, las aproximan. Antes
demostraban mi carácter, mi fortaleza. Ahora intentan fruncirse para simular
rabia… pero... es sólo impotencia.
He leído mucho
sobre esto antes de escribirte. El frontal es el que levanta las cejas. Quiero
que me las levantes para poder ver con claridad por encima de su hombro, no quiero
ver sólo los tacones de sus zapatos.
¿Ves la
casa tan bonita de la foto?
Es una jaula
de oro. Necesito encontrar la salida.
El dice
que me estoy arrugando, lo que estoy es encogiéndome, intentando desaparecer. Ya
no es el hombre del que me enamoré. Me fallan las piernas, no puedo abrirme
para cabalgar junto a el. Tengo flácido hasta el deseo.
Lo peor es
que me he acomodado a esta rutina. Para sobrevivir, sólo necesito seguir las
mismas ordenes, repetir las mismas frases cada día. Yo habría sido una buena
actriz.
En la foto
estoy volviendo a casa después de dar un paseo. Cada día me tumbo en la hamaca
de ese jardín que ve al fondo, cada día miro entre las ramas de los árboles
fragmentos de azul. Entonces, saco un pequeño espejo del bolso, lo pongo frente
a mi. En esta posición todo cae hacia atrás, las cejas ya están en su sitio,
los ojos muy abiertos… Con la luz en mi cara, hasta parezco feliz...
Pero siempre,
me llama desde la puerta a gritos, y el espejo cae al suelo. Intentando
agarrarlo, caigo con el. Me quedo a cuatro patas. Ya no es una posición
placentera… Ay! mis rodillas…
El espejo
en el suelo y mi cara sobre el… las mejillas sin nada que las sustenten,
cuelgan. Se balancean alrededor de la boca. Reflejando exactamente cómo me
siento, flácida, sin fuerzas…
Todos mis
sentidos atentos a sus deseos. El es el amo. Me ha moldeado a su gusto… Ahora
no recuerdo por qué me encantaba ser la señora de un señor tan importante. Desde
el primer momento, me hizo ver el mundo como un lugar hostil, peligroso. Que
necesitaba su protección, que sin él no era nada.
Levántame
estas cejas, por favor. Pon mis pómulos donde estaban. Quiero vivir fuera de
esta jaula, tomar mis propias decisiones, ponerme mis propias condiciones. Para
eso, necesito ver con claridad, reconocer que ya no soy la única a la que
moldea.
Levanta
mis cejas.
Retira
estos parpados flácidos de mis pestañas. Haz que la piel de mis mejillas se
mueva en bloque mientras me río a carcajadas sin parecer un acordeón. Que el
rictus de amargura desaparezca de mi boca.
No es por
él. Ya nada es por él. Es por mi.
El futuro es largo, y en las noches y mañanas que irán
sucediéndose, quizás este momento de la foto se me olvide como un sueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario