Era rubicunda, de abundantes carnes rosadas y pecosas. Subida en unas plataformas de vértigo, unos leggins de cuero negro y camiseta ancha. Una cara maquillada sin disimulo. La larga cabellera de un color rojizo de ese que se obtiene de un frasco.
Andaba con desparpajo, plantando cara a la vida. En una esquina de la plaza, la esperaba su novio, se unieron en un abrazo y dirigieron sus pasos al edificio de oficinas. Llamaron al portero automático.
Ese hombre se había convertido en la fuente de todas las cosas buenas de su vida. Todo giraba entorno a él. El bienestar de él y sus sentimientos hacia ella eran su única fuente de gratificación.
Excesivamente maternal y altruista necesitaba controlar las situaciones y a quienes la rodeaban. Se echó un novio mayor que ella porque era lo que todas hacían. Estaba segura de que si podía hacerlo feliz, él la trataría bien y entonces ella también sería feliz.
Por eso cuando él se enfadó por aquel problema que tenía, ella lo interpretó como su propio fracaso, “¿Por qué no le hice caso? ¿por qué no fui antes al medico?” Se sentía culpable.
Se acomodaron en la sala de espera cogidos de la mano, junto a una señora alta y seca, una de aquellas mujeres a quienes la ropa siempre les cae bien sobre los huesos. “Odio como me mira esta vieja”, pensaba apretando la mano de su novio.
Lola se levantó tirándose de la camiseta para disimular las imperfecciones de su cuerpo y entró en la consulta. La enfermera le dio unas frías y escuetas instrucciones y salió.
A continuación la voz tranquila de la doctora que le preguntaba: “¿Desde cuándo tienes esas úlceras?, ¿sabes que tienes una enfermedad de transmisión sexual?”
A horcajadas sobre la mesa de exploración escuchó la puerta que se abría y una conversación entrecortada entre dos mujeres. De nuevo la misma voz de la doctora que ahora sonaba alarmada: “¿Puedes repetirme tu fecha de nacimiento? ¿tienes trece años?”
“Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta.
She was Lo, plain Lo, in the morning, standing four feet ten in one sock. She was Lola in slacks. She was Dolly at school. She was Dolores on the dotted line. But in my arms she was always Lolita”.
Vladimir Nabokov
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