sábado, 23 de abril de 2011

SABIDURIA POPULAR

Me había llamado unos días antes identificándose como una antigua compañera de instituto.

Yo apenas recordaba quién era, pero le dije que se pasara por la consulta. El teléfono no transmite nada. Su voz sonaba amigable, aunque algo preocupada, no sabía si quería llorar, reír o hablar tranquilamente.

Atravesó la puerta con decisión. Ya no era joven, pero era realmente hermosa. El espeso maquillaje y el vestido tan poco apropiado para llevar un día corriente me sorprendieron y abrí los ojos de par en par intentando reconocerla. Sonrió de forma cómplice, una clara señal de que sabía que no la había reconocido.

Era una mujer muy bella, magnifica. Sólo sus arrugas hacían que pareciese más humana. De pechos artificialmente generosos, escote de vértigo, pelo negro teñido y con extensiones. Luego descubrí que hasta el nombre era postizo, se lo había cambiado junto con más partes de su anatomía, ahora tenía nombre de superestrella.

Se había casado según ella porque quería tener un hijo.

“Una persona que quiera independizarse, tiene que cuidar de algo, de niños, de animales, algo. Así conoce sus propios límites. Es el principio de todo”.

Me contó que tras dar a luz, su marido empezó a golpearla. Se separó quedándose sola con su hijo recién nacido. Una intensa sensación de injusticia y humillación pasaron a ocupar el lugar del miedo en su vida. Las lágrimas me escocían en los ojos mientras la escuchaba.

“Toda persona tiene que estar completamente desesperada una vez en la vida y entonces sabrá a qué cosas de si misma no puede renunciar”.

Ahí había empezado su transformación. Se puso a dieta, se sometió a varias liposucciones y se dedicó, según ella a “vivir”. No pensaba compadecerse de si misma y eso me gustó.

Le sobraba energía. “Cuando me miro en un espejo, y veo que me brillan los ojos, pienso que todo puedo solucionarlo”.

A mi me intimidaba tanta seguridad, me hacía sentir vulnerable. “Veo que sigues como siempre” me dijo, y yo me puse a la defensiva, “¿Qué quieres decir?”. Pareció ignorar mi pregunta. “Te he buscado porque te recuerdo como alguien muy inteligente, eras la lista de la clase y me dije, ella sabrá como solucionar mi problema”. “¿Qué problema tienes?”. “La flacidez. Después de perder tanto peso, tengo la piel llena de estrías”.

Le expliqué que eran problemas sin solución definitiva. Ella ya se había gastado mucho dinero antes de llegar a esa misma conclusión.

“Lo único que podemos conseguir hoy en día es mejorar el aspecto, usamos cremas con tretinoina, o algunos tipos de láser, todo orientado a mejorar el aspecto y la consistencia de la piel”.

Yo iba contestando a sus preguntas igual que en otras consultas similares. Y mientras la conversación se iba haciendo más automática, mi cerebro repasaba con añoranza escenas de nuestra adolescencia.

De pronto le dio un giro a la conversación. “Quiero que me pongas botox en el labio para que no me salga código de barras”. “Si te lo pongo ahí, perderás algo de fuerza y no podrás hacer  succión, como fumar o chupar de una pajita”. Soltó una carcajada y mirándome con fijeza, casi impertinente, me dijo: “Lo único que tengo que chupar yo es más grueso que una pajita”.

¿Cuántos minutos tardé en reaccionar cuando al fin se fue?

Por un rato, sólo hice cosas incoherentes. Abrir y cerrar cajones, tirar un jarrón, dar vueltas por la consulta buscando no se qué. Al darme cuenta de que no tenía nada en las manos, me reí y me dije cerrando los ojos: “Cálmate”.



5 comentarios:

  1. Doctora, tengo un problema: me niego a ir por la vida como ir por los raíles de un tren. Desde que me acerqué a la cuarentena, descubro cosas que se transforman: a los 39, descubrí mis patas de gallo (daños colaterales de ser una persona a la que le gusta reír); a los 40 descubro que se me caen los pechos (si es que siempre he utilizado una 90C); a los 41 que mis abdominales sí existen pero que las llevo camufladas bajo un manto de grasa que quedó ahí desde que parí (cosas de elegir la maternidad después de los 30) y a los 42 he descubierto que me han salido mil pecas en el torso.
    Viva la vida.

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  2. ¿Sabes qué es lo primero que he pensado? pues que si cuando se sintió desesperada hubiese tenido alrededor alguna persona sensata, dispuesta a acompañarla mientras buscaba qué camino seguir, no hubiese tomado el equivocado... ese que la ha llevado a una vía muerta y que, si quiere ser feliz, tendrá que desandar...
    Como siempre, muy buena entrada, María José. Un abrazo.

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  3. A veces los pacientes nos sorprenden con sus respuestas
    Muy buen relato

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  4. Un placer pasar a saludarte,
    si te gusta la poesía te invito a mi blog,
    que tengas un feliz fin de semana.
    un abrazo.

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  5. Genial relato... y fantástica redacción como siempre de tus pensamientos y emociones frente a situaciones tan particulares o peculiares como esta...

    Me encanta Maria José, como siempre :)

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