Cocinaba con ternura, removiendo el puchero despacio, y después de varias horas de esfuerzo el resultado era sublime. Aunque para algunos solo fuese un cocido, cuando ella lo degustaba, aquella sopa bendita borraba de un plumazo la fatiga de tantas perdidas acumuladas durante su existencia y la devolvía a la inocencia de su infancia.
Con sus nudosas manos sacaba una sopera barrigona de la alacena y un cucharón plateado para servirnos como Dios manda. Mis hermanos y yo comíamos en silencio. Es imposible describir el aroma de aquella cocina, el sabor de ese caldo levanta-muertos, la carne que se deshacía en la boca. Las visitas a la casa de mis abuelos encabezan los mejores recuerdos de mi niñez.
Aquella mujer con delantal, pañuelo a la cabeza y cara apergaminada era un espectáculo en su cocina, lo que más nos impresionaba era la ceremonia de coger la gallina, retorcerle el pescuezo y sumergirla en agua caliente. Esa parte la observábamos escondidos, temerosos. Aunque después nos animábamos a desplumarla.
Ella concibió planes ambiciosos para cada uno de sus hijos y nietos, y con gran paciencia nos inculcó el gusto por la lectura, intentando alejarnos de la cocina, que era lo que a mi más me atraía, y de las faenas del campo. Prueba de su enorme fe en nosotros son las colecciones de libros infantiles que aún conservo como un tesoro.
Como la mayoría de las personas que tenemos la esperanza de hacernos muy mayores, que no viejas, siento una gran ternura y afecto por las ancianas que llegan a mi consulta, las escucho con atención y me conmuevo con el relato de sus vidas. Las llamamos viejas, ancianas, abuelas, etc. Y sorprende que esa realidad fisiológica que es el envejecimiento se haya convertido casi en un insulto.
Con el paso del tiempo, la piel sufre cambios progresivos e irreversibles:
- Xerosis o esteatosis: es una piel seca, más áspera.
- Piel más fina y frágil, con facilidad para desarrollar ampollas y abrasiones ante el más mínimo roce.
- Menor capacidad de regeneración y cicatrización.
- Léntigos solares o manchas que son benignas.
- Menor capacidad de respuesta defensiva que favorece entre otras cosas el desarrollo de tumores junto con la exposición solar acumulada.
- Queratosis seborreicas que son tumores benignos y asintomáticos.
- Fibromas péndulos o acrocordones: lesiones pequeñas en cuello y axilas.
- El colágeno y los componentes de la matriz extracelular, sufren cambios que dan lugar a: laxitud, hematomas, etc.
- Disminuye la función termorreguladora.
- Disminuye el número de receptores sensitivos.
- Encanecimiento y disminución del grosor y densidad del cabello.
- Hipertricosis en labio y mentón.
- Uñas engrosadas, estriadas y amarillentas.
Hoy me he acordado de todas las abuelitas, incluyendo la mía y en especial de una a la que hemos operado varias veces y que entre risas y canciones nos va contando su vida en la mesa de quirófano: “Yo me casé con un pastor siendo casi niña, he sido pastora y cuando nació mi primer hijo cortaron el cordón umbilical con el mismo cuchillo con el que se lo cortaban a las ovejas…”
También he recordado este texto de la Comisión Global sobre la Salud de las Mujeres:
“A medida que la esperanza de vida aumenta en la mayoría de los países, se estima que el número de mujeres mayores de 65 años aumentará de 330 millones en 1990 a 600 millones en 2015. Muchas de estas ancianas habrán experimentado una nutrición pobre, una mala salud durante la fase reproductiva, condiciones laborales peligrosas, violencia y enfermedades relacionadas con el estilo de vida, exacerbando todo ello el fenómeno postmenopausico de aumento de la probabilidad de sufrir cáncer de mama y cervix, así como osteoporosis. La pobreza, la soledad y la alienación son comunes…” Documento: Women´s Health: Towards a Better World. 1994
brindo por ellas!
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