Viajar es como muchas otras cosas; un buen destino y una gran compañía pueden hacerlo inolvidable.
Cada verano la monotonía, esa garra helada en el pecho, nos vence de tal forma que algunos no encontramos otra solución que escapar lejos, conducir durante horas… Hacer la maleta con el húmedo y agotador calor del sur y acabar en un lugar con olor a vacas y dónde la leche del desayuno sabe demasiado a leche.
Del norte siempre me han atraído el silencio, la luz grisácea tamizada por las nubes y los campos coronados de flores.
Después de recorrer la península de un extremo al otro, me encontré en una habitación abuhardillada, tumbada en una cama con dosel, recargada de flores, bordados y excesos de color.
Levantarme, pedir un café, salir a correr, eran palabras que se formaban y se desvanecían como pompas de jabón cada mañana en el algodón de mi cerebro soñoliento.
A las ocho los alrededores de la casa rebosaban vida; mi perro intentaba perseguir a las vacas, pero sólo con mover la cabeza y mirarlo, lo espantaban como a una mosca. ¡Qué valiente!
Tras el paseo y si no estaba lloviendo, me tomaba un desayuno en el porche, lo traía una mujer de cara rubicunda que corría de un lado al otro sin perder la sonrisa.
No me gusta hablar sobre mi misma pero, no se como, ella fue indagando sobre mi de forma que poco a poco fuimos hilando ideas y conociéndonos.
Me intrigó desde el primer día. Un comentario suyo me hizo recordar a Renée la portera de La Elegancia del Erizo: “Las anécdotas más sabrosas se consiguen de la gente antigua, en los sitios más apartados, donde se mantienen las mismas creencias y costumbres desde hace siglos.” Eso me dijo, mientras pasaba mirando de reojo el libro que yo leía.
Una noche encendió una varilla con aroma a canela y naranja. “¿Es por estar todo el día en la cocina por lo que tengo la cara tan roja, llena de granos y la nariz como un tomate?”
Con esta pregunta comenzó un intercambio de conocimientos entre las dos, yo le expliqué qué es la Rosácea y ella me dictó la receta de una sopa de robusto sabor campesino que hacía sudar y despertar los instintos más bajos.
Por cierto en el próximo post os lo explico a vosotros.
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