sábado, 5 de enero de 2013

EL ROSCÓN DE REYES


En un bolsillo secreto de su Moleskine, junto a unas fotos de sus hijos disfrazados de pajes durante una cabalgata, escondía la receta. Esa receta, escrita en papel manoseado, era como un cheque para comprar felicidad.

Ya no era tan joven, aunque se sintiese en plena forma. La cara amarillenta, los labios casi encajados contra las encías por falta de dientes que los sujetasen en su sitio, ojos caídos, como si la cola de las cejas se derritiesen por los lados. “En efecto, pensaba a veces, huelo a decrepitud.”

Notaba que ya no veía el futuro como antes. Cada día encontraba mil excusas para no seguir. ¿Acaso de joven no tenía miedo? Seguro que sí, pero se lanzaba hacia delante. Ponerse en movimiento borraba el miedo.

A las siete la habían despertado las campanas de la iglesia y la orquesta que pasaba bajo su ventana. Plegó la almohada para taparse los oídos, pero no consiguió atenuar el sonido. Ya no podía dormir… casi los maldijo. Salió a pasear por el pueblo.

Le gustaba caminar deprisa, bien erguida, descifrando la historia de la gente en los muros encalados de cada casa. Ascendió por las empinadas calles, algunas apenas unos escalones encajados entre dos casas. Pasó frente a la parroquia, recorrió la única avenida, desembocó en la plaza del pueblo… era el punto de encuentro. Allí se alineaban los bancos de piedra, uno junto al otro.

A medida que se acercaba, un nudo se fue formando en su estómago. La casa se irguió de pronto a la vuelta de una esquina, inmensa, casi arrogante. Entró y se instaló en la cola con la vista fija en la puerta de entrada… Oía los latidos de su corazón, la sangre bombeaba en sus sienes.

Tenía la audacia de los tímidos. Comenzó amontonando migas sobre el mostrador, haciendo bolitas. Al cabo de un rato, le miró fijamente a los ojos: “Necesito harina con fuerza. Voy a hacer un roscón de Reyes.”

…………
Desplegó la receta con un inmenso respeto. Durante interminables minutos, tocó, miró olió, dio vueltas al papel con una lentitud atroz, sudando. Finalmente leyó...

"Sus mejillas como una era de especias aromáticas, como fragantes flores, sus labios, como lirios que destilan mirra fragante..."

La cita que encabezaba el texto le recordó aromas de su adolescencia. ¿Dónde comienza el gusto y termina el olfato? En ella eran inseparables, en una ocasión había leído que en algunas regiones del mundo la palabra "besar" significa "oler". Los perfumes de su cocina siempre la hacían palpitar de un deseo que si no era erótico, se parecía mucho...

Cómo hacer un Roscón de Reyes.

Necesitarás 150 ml de leche. Pones a calentar la leche a fuego lento, la retiras y le añades 100 gramos de mantequilla, una nuez de levadura fresca prensada, 2 huevos, una cucharada de agua de azahar y una pizca de sal. Remueve durante un rato con suavidad, hasta que la levadura se deshaga. En este momento pones 150 gramos de azúcar que previamente has glaseado junto con la piel de un limón y una naranja.

Ahora pones la harina de fuerza, 550 gramos. Hay que ir espolvoreándola poco a poco, amasando y disfrutando de la textura. Cuanto más se amase mejor queda.

La dejas reposar, descansando, bajo un paño. Verás como va creciendo hasta doblar su volumen. Mientras preparas la bandeja del horno pincelándola con mantequilla.

Para retirar la masa es mejor hacerlo con las manos mojadas en aceite, para que no se pegue y poder darle forma de roscón. Un truco es hacer una bola, a la bola hacerle un agujero en el centro y desde ahí ir estirando la masa hacia los lados. Píntala con huevo, adórnala con frutas y azúcar.

Se introduce en el horno precalentado a 50º hasta que de nuevo doble su volumen y se saca. Subes la temperatura del horno a 200º y lo metes de nuevo durante 20 ó 30 minutos.

………
Una receta bien preparada es como una partitura, empieza con las notas suaves de los primeros ingredientes, pasa por los arpegios delicados de los cacharros y batidoras y culmina con una fanfarria en el horno. Es casi como hacer el amor… Saboreando los juegos previos antes de devorar con pasión, para sumergirse después en un merecido reposo.

Alimentarse y procrear son los grandes motores que mueven a la humanidad… propagan la especie, provocan guerras, crean canciones, leyes, obras de arte, hasta religiones han surgido gracias al apetito.


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