Tenía
casi noventa y tres años y había llegado a la consulta caminando con soltura
del brazo de uno de sus hijos. Según me dijo no tenía ninguna enfermedad y sólo
tomaba alguna aspirina muy de vez en cuándo. Era tan delgada que parecía un débil
pajarillo.
Nunca
pierdo la oportunidad de intentar desvelar el secreto de la longevidad de mis
pacientes. Les pregunto muchas veces, y sus respuestas, me hacen sonreír. Algunas respuestas son breves y dulces. Otras largas y muy elaboradas. Pero en
cada una de ellas hay algo que se queda clavado en el interior de mi cabeza.
Tenía
una lesión en la cara que había crecido tanto y tan rápidamente en las últimas
semanas que ya le molestaba. Era un tumor fácil de diagnosticar para nosotros,
un Queratoacantoma. Suelen crecer rápido y con frecuencia involucionan y
desaparecen sin tratamiento… Aunque no siempre es así, a veces en la base hay
un Carcinoma Epidermoide que es otra forma más agresiva, y con capacidad para
dar metástasis si no se trata a tiempo.
Una
opción es infiltrar el tumor con inyecciones de metotrexate para disminuir su
tamaño antes de operarlo, y que la cirugía sea menos agresiva; en ocasiones,
incluso, es suficiente sólo con esto.
Así
se lo dije a ella y a los dos hijos que la acompañaban. Ellos empezaron a
discutir sobre si era conveniente o no operarla a su edad… no se molestaron en
preguntarle.
"¿Sabe
que voy a hacer noventa y tres en un mes?" anunció con una palmada
orgullosa en su rodilla.
Así
que le hice la misma pregunta que hago a mis pacientes ancianos. Le pregunté por
el secreto de su longevidad.
Después
de haberla oído muchas veces, me gustaba la expresión Edad de oro. "Hacer los noventa
y tres”, dicen algunos… como si hubiesen escalado el lado escarpado de una
montaña alcanzando altitudes a donde pocos han conseguido llegar.
“No
hay secretos”. Por la expresión de su cara, me di cuenta de que hablaba en
serio.
"¿Así
que no hay secretos? Yo estoy tratando de hacer
los mismos años que usted y llegar con ese buen estado que tiene. Tiene que darme
algún consejo.”
“Es
muy sencillo. En primer lugar, hay conseguir levantarse por las mañanas. Salir
de la cama y mover el cuerpo. Después salir por la puerta y caminar hacia algún
lugar. Al trabajo, a la tienda, a casa de una vecina… lo que no hay que hacer
es quedarse encerrada en la casa viendo la televisión. "
"Me
gusta ese consejo."
“Y
conseguir que no se metan en tus asuntos y decidan por ti, sólo porque eres
viejo.” Eso lo decía mirando a sus hijos.
Nunca
había pensado así sobre la vejez.
“Es
cierto, parece que la gente considera las cosas que decimos como “locuras de
viejos” y no nos tienen en cuenta. ¿Sabe?, yo todavía tengo mi opinión sobre
muchas cosas, sobre todo las que me afectan a mi.”
Se
quedó pensativa. Finalmente levantó su dedo índice torcido por la reuma, y
mirándome a los ojos, dijo: “Hay algo más.”
Acerqué
mi silla y me apoyé en la mesa. No habló inmediatamente, me sostuvo la mirada
con los pequeños ojos consumidos,
entrecerrados. Se llevó el dedo al tumor de su mejilla izquierda, lo
tocó con un gesto de dolor… y de nuevo lo extendió hacia mi.
“Lo
más importante es ser fiel a uno mismo. Mirar por tus cosas y no dejar que otros
te traten mal o te roben la felicidad… y esto te incluye a ti. No te robes tu
propia felicidad. Arréglate cada día, cuida tu aspecto. Es una forma de
quererte.”
Se
detuvo un segundo. "¡Casi lo olvido! Ten siempre una barra de labios de
color rojo."
"¿Pintalabios
rojo?" La miré levantando las cejas, intrigada con esta respuesta
inesperada. Quería que continuara hablando y así lo hizo.
“Sí,
y uno bueno que te haga sentir atractiva. Úsalo cuando quieras sentirte fuerte
y camina con la cabeza alta, diciéndote a ti misma lo valiosa que eres.”
“¿Y
si no me queda bien el rojo de labios?, me veo fatal.”
“Cada
mujer tiene un rojo que se adapta a ella. La clave es hacerse a la idea de que
es el que mereces llevar. No es sólo el color. Es lo que esconde detrás.”
Se
fueron de la consulta sin tomar una decisión sobre el tratamiento del tumor.
Unos días más tarde volvió de nuevo caminaba sola, bastón en mano muy
arreglada. Los labios carmín. Me levanté para acompañarla a su silla.
“Hola.
Me quedé pensando en sus consejos… Y usted ¿qué ha decidido hacer sobre su
tumor?”
“Quiero
celebrar mi cumpleaños sin él, es una ocasión especial y no me la va a estropear.
He venido para empezar las infiltraciones que me explicó. ¿Sabe que me encanta
hablar con ustedes los jóvenes?” Al escucharla, le sonreí desde mis cuarenta y
tantos.
Al
pasar me dio unas palmaditas en la espalda. Lo hizo con fuerza, como para
reconfortarme en algo que yo no alcanzaba a comprender…
“Alguna
vez, sin falta, todos iremos dispersándonos en la oscuridad del tiempo y
desapareceremos…” Iba hablando con el aire de haber aprendido todo esto con su
propio cuerpo. No podía desear nada más, era feliz... plácida y alegre.
Qué maravilla poder hablar con personas tan sabias. Y qué poco caso les hacemos normalmente...
ResponderEliminarMe ha encantado la historia,la importancia de saber valorar a nuestros mayores que aveces la olvidamos...y solo porque son mayores
ResponderEliminarUn saludo.
Me ha encantado leer esta historia. Una pasada, gracias por compartirla con el resto.
ResponderEliminarBonita historia. Está claro que a la vida hay que ponerle actitud.
ResponderEliminarGracias por compartirla.