Cuando llevas tantos años como yo viendo pacientes, de
alguna forma, llegan a ser parte de tu vida y tu de la de ellos. Los ves
crecer, pasar de niños a adolescentes, de adolescentes a adultos. Asistes a
bodas, nacimientos, rupturas...
Alegrías, esfuerzos, desengaños, llantos, risas,
confesiones… pasan por la camilla de la consulta o la mesa de quirófano.
Descubres cuales son los motores de la vida, de la
especie humana… y cómo cambian de
actitud ante su enfermedad…
………
Desde que la vi por primera vez, siendo apenas una
adolescente, pensé que estaba en este mundo como si la hubieran arrojado de
golpe, tras haber sido educada en otra dimensión. Jamás había hecho nada con
prudencia, todo lo vivía como un relámpago que la dejaba medio chamuscada.
Interesada sólo en divertirse y salir con los amigos. Llena de energía,
proyectos, ideales, parecía feliz, muy feliz…
Fue a la consulta por lo que yo llamo PIC (Pequeñas
Imperfecciones Cutáneas). Problemas sin importancia que a ella, demasiado
pendiente de su aspecto, le preocupaban.
Tres años más tarde acudió de nuevo. Ya no era la
misma. Apenas la reconocí, sabía que ya la había visto porque lo leí en su
historia clínica, pero ¿cómo puede alguien cambiar tanto en tan poco tiempo?
Se sentó y empezó a hablarme sin dirigirme la mirada.
Padecía una enfermedad crónica por la que llevaba dos años recorriendo hospital
tras hospital, especialista tras especialista. Una enfermedad que le hacía
vivir con dolor la mayor parte de los días. Le había afectado a los riñones y
necesitaba un trasplante. Estaba en diálisis.
“Esta
enfermedad ha sido la primera experiencia de la que yo llamo, a pesar de tener
poco más de 20 años, mi larga vida y me ha hecho sufrir tanto que, a veces, he
pensado que dejaría de respirar. Me es totalmente imposible ver el mundo con
los ojos de antes. Mi cabeza flota y se hunde como un barco en la tormenta. Y
lamento mucho que me haya sucedido a mi una de esas cosas que a algunas
personas no les suceden jamás (como un aborto, un divorcio o una enfermedad
grave…)
Dormir por
la noche es lo que más temo. Lo peor, es el shock de despertar por las mañanas.
Abro los ojos y me sobresalto al comprender la profunda oscuridad en la que
estoy metida.”
Los recuerdos siempre habían sido muy importantes
para su alma. Ahora sobrevivía gracias a ellos; a fuerza de saborearlos una y
otra vez, como si de caramelos se tratasen.
Había consagrado su día a día a ir de consulta en
consulta y en su rostro se hacía visible el agobio de quien tiene el camino
marcado.
Creía que si no estaba sin síntomas, no podía
disfrutar de la vida. No podía salir como antes, ni tener hijos, ni hacer un viaje, así que
nunca se daba un respiro, no se permitía ninguna alegría y esperaba la llegada
de ese día, el día en que alcanzase la salud perfecta, la energía que recordaba
de su infancia.
Sin embargo, era más limitante su actitud que su
enfermedad…
Los días fueron pasando, marchitándose uno tras otro
sin ninguna perspectiva. Un pensamiento, casi una oración, daba vueltas en su
cabeza… “Estoy segura, llegará un día en
que pueda liberarme de todo esto y vivir…”
Era como si creyese que la vida estaba hecha sólo
para gente sana…
Tras el trasplante, comenzó a tomar inmunosupresores,
su pie derecho se llenó de verrugas. Una enorme le cubría parte del primer
dedo… Engordó casi 20 kilos, estaba abotargada.
…..
Y de nuevo pasaron meses sin saber de ella. Un día me
alegró ver su nombre en la lista de pacientes. Yo iba con retraso. “¿Te he hecho esperar mucho?”
Ladeó la cabeza sonriendo con alegría. Se sentó frente
a mí y dijo tras un suspiro:
“Rechacé el
riñón y he vuelto a diálisis, a esperar otro… ¿Sabes?, he dejado de perseguir
la salud perfecta, no creas que es resignación, no. Es aceptarme, aceptar mi
enfermedad como algo que forma parte de mi vida, pero no es el centro de ella.
El centro soy yo. No puedo dejar que una parte me impida terminar el partido.”
De alguna forma, la niña rebelde que aún llevaba
dentro la hizo comprender que debía seguir adelante, que no había ningún motivo
para no salir aunque se sintiese débil y tuviese molestias. Así que lo hizo,
una tarde fue al cine con unas amigas, no terminó de ver la película, pero lo
había hecho.
Conoció a un chico, se enamoró y planeó un viaje a
Paris junto a él.
“Es una
ciudad en la que hay montones de cosas que ver y que hacer. Mi familia
intentó impedírmelo, decían que estaba loca por irme hasta allí estando tan débil.
Elegí un
hotel muy céntrico y pedí una habitación con unas vistas alucinantes de la
ciudad. No llegué a pasear por sus calles, pero fue maravilloso. Llamamos al
servicio de habitaciones y pedimos una cena. La trajeron en una mesa con un
mantel blanco. El camarero destapó los platos, levantó las alas de la mesa y la
dejó lista.
Después de
haber estado varias semanas ingresada, era mi primera comida sin bandeja. Las
copas de cristal y el pequeño ramo de flores me parecieron tan elegantes.
Tomé un
largo baño y disfruté envuelta en gruesas toallas. Usé todos los pequeños
botecitos que había… gel, suavizante para el pelo, crema hidratante… ¡Qué
aromas!
De madrugada
vimos una película y nos sentamos en la terraza a bebernos todo lo que había en
el minibar mientras amanecía sobre la ciudad. Después hicimos el amor en
aquella habitación con vistas…”
Su historia tenía algo extraño, a medio camino entre
la alegría y la tristeza, como un cielo nublado en pleno mes de agosto.
………
Pasamos la mayor parte de nuestra vida esperando el
momento adecuado para hacer las cosas que importan. Comenzamos a perder cuando
nacemos y la experiencia que extraemos de estas perdidas es de las cosas más
importantes que aprendemos en la vida. Pero esta sabiduría pocas veces la
compartimos, la mayoría de las veces porque nos causa vergüenza.
Siempre me gustaron los cielos nublados en agosto, cuando todo huele a lluvia ....
ResponderEliminarMe encantan tus historias... :D
ResponderEliminarUn relato delicioso, en tu estilo, me ha gustado mucho. Comparto las ideas subyacentes, por ejemplo, la prioridad de la ACTITUD que tenemos ante los hechos, sobre la percepcion escueta del hecho en sí. Tu enferma supo en un momento dado de su vida,alcanzar la autonomia de su Yo, por encima de la circunstancia, en este caso su enfermedad.Las limitaciones, muchas veces nos lss ponemos nosotros mismos,con nuestras actitudes.
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