Todos deberíamos hacer talleres de empatía.
Talleres donde interpretar sentimientos, convertirnos en actores, ser durante
unos minutos el otro, con sus dudas, temores, recelos… Y repasar este ejercicio
cada cierto tiempo. Yo lo hago de vez en cuando, y a veces, lo pongo por
escrito. Es una forma sorprendente de mantener los pies en la tierra, una vía
para comprender cómo este o aquél paciente se siente realmente cuando llora o
se enfada o permanece callado.
Incluso si no eres un médico deberías intentarlo. Los
hospitales no son el único lugar dónde hace falta empatía.
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Te vi por primera vez en la entrada del hospital,
luchando con los carteles. Las flechas que indicaban derecha, izquierda, arriba
y abajo era lo único comprensible para ti. Estabas nerviosa. Pude verlo por la
forma en que mirabas por encima del hombro buscando una cara conocida.
Lo se, debes tener casi setenta años, una anciana
china, probablemente nacida y criada en el campo. No hablas más de dos o tres palabras en español.
Me fijé en ti no sólo porque parecías estar perdida
en un mundo desconocido, sino también por el aspecto de tus labios. Deformación
profesional, no puedo evitarlo, allá donde miro veo piel; piel sana la mayoría
de las veces, otras no tanto y mi cerebro nunca descansa.
Así que cuando levanté la vista y vi que eras tu la
que pasaba a la consulta me alegré de verte. Tu también intentaste sonreír, ya
no estabas sola, contigo entró una chica, probablemente tu hija.
Con ella era un poco más fácil comunicarse, pero yo
odiaba no poder preguntarte a ti, no poder escuchar de tu propia boca lo que te
pasaba. Me sorprendió que llevaras viviendo en mi misma ciudad casi nueve años
y que nunca hubieras aprendido a hablar nuestro idioma. Siempre dependiente de
alguien más. Siempre con una sonrisa dibujada en tus labios, ahora enfermos,
como única respuesta.
Parecías tener un carácter dulce y amable y me
dolía ver tanta confusión en tus ojos cada vez que yo te miraba con cara seria.
Te merecías ser escuchada.
Habías venido a cuidar de tus hijos y ahora te
sentías enferma, con llagas en los labios y la boca, que no te dejaban tragar
desde hacía semanas. Tu hija se esforzaba por hacerme comprender que no podías
hacerte las pruebas que yo necesitaba, que tenías billetes de vuelta a tu país
y que sólo querías saber si era muy grave, si podías tomar algo que te aliviara
hasta llegar a tu tierra.
Yo intentaba explicaros a las dos los posibles
diagnósticos, intentaba recabar información que pudiera ayudarme a tratarte
antes de irte.
¿Habías tenido un Herpes Simple?
¿Era un Eritema Multiforme? No tenías lesiones en
el resto de la piel, al menos no aún…
¿Te habías aplicado alguna crema que yo no sabía y
tenías una alergia de contacto? Algo así me decía tu hija, pero no sabía
cuales…
¿Estabas empezando con síntomas orales de un
Pénfigo? Eso podía ser más grave y me preocupaba…
…..
Así que allí estabas tu, en esta tierra misteriosa,
con un lenguaje misterioso, mientras luchabas contra una misteriosa enfermedad…
Sólo puedo imaginar lo que deberías estar sintiendo…
"¿Qué es lo que lleva a tanta gente a dejarlo todo atrás para viajar hacia un país desconocido, un lugar en el que no tienen familia ni amigos, donde nada tiene nombre y el futuro es una incógnita? "
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