Aquel día
comenzó siendo un día mas, los papeles estaban sobre la mesa, delante de mi.
Las preguntas agolpadas en mi cabeza, pugnaban por salir, yo intentaba darles
un orden.
No tenía idea de
qué ibas, era la segunda vez que te veía, y no acababa de comprender como alguien
tan joven hacía aquello.
“¿Es eso lo que
deseas?” Te lo pregunté mientras leía el formulario que tenía delante “¿Quieres
ser declarada incapaz?” Lo dije así por si no habías entendido lo que decía
allí.
Habías entrado caminando
a la consulta, paso a paso, sin rastro de cojera o dificultad. Tenías un cuerpo
delgado, pero no en exceso, bien cuidado. En apariencia saludable. Sólo un
vendaje en el antebrazo derecho asomaba por la manga de tu jersey.
Contestaste a
todas mis preguntas iniciales sin dudar, sin fugas de ideas, con lógica…
Parecías exactamente lo que eras una joven sana con una, en apariencia, larga
vida por delante que quería ser declarada… ¿Incapaz?
De nuevo releí
toda tu historia.
“Tengo
enfermedades que no me dejan trabajar.” Dijiste esas palabras con total
naturalidad.
Apoyé la
barbilla en la palma de mi mano, el codo sobre el escritorio, y esperé a ver
qué más tenías que decir, porque tu historia todavía no sonaba como una
historia completa. Ibas a tener que dar más que eso.
“¿Cómo te
hiciste eso?”
“Estaba limpiando
con lejía y usaba guantes, pero entró algo del liquido y no me dí cuenta hasta
que me los quité.”
“Yo estoy
confundida, no acabo de comprender como sigue sin cicatrizar después de casi
tres meses.” Te respondí, mirándote directamente a los ojos.
“Me curan cada
día, de lunes a viernes, pero esta quemadura no mejora…”
Asentí con la
cabeza y miré la pantalla del ordenador, con la tentación de revisar tu
expediente completo en ese mismo momento, me detuve y decidí esperar.
“¿Y los fines de
semana no te curas tu misma?”
Fue una pregunta
intencionada que te puso en tensión, casi agresiva. Y pude oler el alcohol en
tu respiración y a través de tu piel. Eran sólo las nueve y no había duda,
habías bebido.
“Pues, no se…
hay días que sí, que me curo yo, no se… es que mi vida últimamente es un
desastre…” Y seguiste contando… el tipo de cosas que, sin algún tipo de
intervención, se repiten una y otra vez… situación familiar desastrosa,
alcohol, malos tratos, más alcohol…
Yo no dejaba de
mirar el dorso de tu antebrazo y de tu muñeca, cubiertos por una cicatriz
hipertrófica, retráctil, sobre la que continuaban apareciendo cada día heridas
exudativas que no cerraban a pesar de los antibióticos, las curas diarias… sólo
en esa zona, lineales… y pensaba en los cultivos positivos para E. Coli…
“¿Bebes?”
“Lo normal.”
“¿Qué es “lo
normal” para ti?”
“Pues... unas
cervezas con la comida y alguna copa si salgo esa noche…”
“¿Has pensado
alguna vez en acudir a la Unidad de Salud Mental?"
"No. Esta
mierda está en mi sangre, me viene de familia. No hay ningún consejero o
psiquiatra que pueda ayudarme a deshacerme de mi vida."
“Pues ¿sabes?
Creo que son los que mejor lo hacen.”
Para entonces la
postura de tu espalda no era tan erguida, tus manos se sujetaban a los lados de
la silla y tu mirada de ojos vidriosos, andaba perdida. Seguimos hablando de
tus padres, del ambiente donde creciste. Me dijiste que antes eras fuerte…
Yo sabía que no
se podía volver a meter todo de nuevo en la caja de Pandora una vez que la
habíamos abierto, como juguetes esparcidos por la habitación después que los
niños terminan de jugar…
Esto pasó hace
meses, tal vez años, pero me sigo acordando de ti.
..........
¿Entiendes ahora
porqué decidimos ingresarte?, ¿porqué escribíamos la fecha y firmábamos el
vendaje tras cada cura?
¿Sabes lo que es una Dermatosis Facticia?
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