Me sorprenden las mujeres que llevan los labios tan rellenos que apenas pueden cerrar la boca para beber de una copa de cava. O las que nunca sonríen para evitar las arrugas en las mejillas.
Los
antropólogos han constatado que, en civilizaciones anteriores, la búsqueda de
un ideal de belleza servía para cohesionar el grupo y darle identidad. Alcanzar
este ideal, les ayudaba a construir una parte del entramado cultural al que pertenecían,
y les permitía afirmarse como miembros del grupo, expresando su identidad
sexual, edad, estatus… incluso su papel en la sociedad.
Desde
siempre hemos asociado la juventud al amplio concepto de lo que consideramos bello.
Percibimos
a las personas jóvenes como poseedoras de una gran cantidad de atributos
socialmente deseables, algunas de estas cualidades son las mismas que
atribuimos a la gente atractiva.
Durante
el último siglo, la actitud de las mujeres hacia la belleza y el envejecimiento
ha sufrido cambios radicales. El aumento de la esperanza de vida ha hecho que
las mujeres puedan mantener su sexualidad mucho más allá de los años
reproductivos, y el feminismo ha cambiado significativamente el papel de las
mujeres en el trabajo y en todos los ámbitos de la sociedad.
Pero
el concepto de belleza sigue siendo difícil de definir y de alcanzar. Aún más
cuando su definición puede cambiar de un momento a otro en la misma persona
según su estado de ánimo o el contexto en el que se encuentre.
¿Es
igual de bella una mujer a la que observamos recién levantada, cansada y durante
un estallido de rabia, que esa misma mujer bailando feliz, vestida con un traje
de noche y sonriendo en brazos de la persona que ama? Probablemente no.
¿Qué
es lo hermoso? ¿Es la mujer? ¿Es el vestido? ¿Es lo que la rodea? ¿Su actitud? ¿Las
joyas o el maquillaje que luce? Es una combinación de todo lo anterior.
Desde
la prehistoria hemos intentado modificar y mejorar lo que nos ponemos encima, incluso
nuestros rostros para resultar bellos/as.
Una
mujer de pómulos marcados con un contorno de la cara uniforme, terminado en una
curva suave y estrecha tendría, según estos criterios, la arquitectura
perfecta de la belleza facial.
Las manchas en la cara, unos labios demasiado delgados y unos ojos pequeños no
son considerados como parte de ese concepto de belleza. Por eso, desde hace
siglos, las mujeres cubrimos la piel con maquillaje para camuflar las
irregularidades del color, añadimos una línea roja al borde del labio para
aumentar opticamente su tamaño, otra línea negra al borde de los párpados y
aumentamos el volumen de las pestañas con rimel.
El
“problema” es que hoy en día, afortunadamente, vivimos más y llegamos a una
edad en la que las arrugas, la flacidez, las mejillas caídas y el exceso de
piel en los párpados impiden que consigamos lo mismo de antes sólo con toques
de color.
Aquí
es donde entramos en acción con la Dermatológía Estética… usamos toxinas y
sustancias de relleno para reestructurar todos los componentes de lo que hemos
definido como belleza. Engrosamos labios, rellenamos surcos, elevamos cejas…
Pero…
a veces nos pasamos… ¿realmente unos labios demasiado engordados en una cara de
cierta edad que nunca ha tenido esos labios se consideran bellos?
Yo
creo que no.
Es un error cambiar los rasgos de una persona buscando unos estándares
de belleza preestablecidos. Poniendo siempre la misma cantidad de relleno en
los mismos sitios a todo el mundo, las mismas unidades de toxina en los mismos
puntos… dejamos caras clónicas y congeladas…
Tenemos
que usar esas herramientas para realzar la belleza propia de cada hombre o mujer
con discreción. De forma natural y acorde a su edad.
Cada uno poseemos unas
características únicas que perdemos con la edad y que podemos restablecer, no
es necesario terminar convertidos en clones de alguna celebridad.
Un
pequeño retoque es atractivo, pero “demasiado resulta grotesco”.
Los
rellenos dérmicos son una piedra angular en la escultura facial. Pero… ¿por
dónde empezar? Lo primero es la restauración del volumen del tercio medio
facial. Reestablecer la forma de “V” normal en la cara.
Con
la edad, la “V” se invierte por la reabsorción de tejido subcutáneo y del hueso.
Volver a colocarlo todo en el lugar donde estaba antes, no sólo va a mejorar las
mejillas, sino que influye también sobre unidades estéticas vecinas, como la
zona alrededor de los ojos y alrededor de la boca, mejorando también el ovalo
facial.
Otro
de los símbolos de la belleza femenina son unos labios carnosos. Los labios gruesos
son propios de la infancia y normalmente, se hacen más finos con la edad debido
a la pérdida del tejido subcutáneo.
Una
sonrisa es el único signo de belleza que perdura a través de la infancia, la
adolescencia, la edad media y llega hasta la madurez. Irradiamos belleza cuando
reímos, transmitimos felicidad… no hay que borrar esas arrugas, sólo hay que
hacer que la piel sea más elástica para que recupere su forma al dejar de reír.
La
belleza debería ser la expresión individual de una vida bien vivida, física y
mentalmente. La niñez puede ser tierna, pero no tiene los rasgos aún definidos.
La adolescencia puede ser atractiva, pero el rápido crecimiento que experimenta
el cuerpo en esos años lo hace inestable…
Una
mujer madura es bella… posee la belleza y el encanto que dan la educación, la
experiencia, el carácter... hay que saber encontrar ese equilibrio.
Creo
que los médicos que dedicamos parte de nuestro trabajo a la vertiente estética de
la medicina debemos meditar sobre la percepción que tenemos de lo que es bello,
sobre el concepto de belleza… para evitar distorsionarla grotescamente.
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