martes, 5 de enero de 2016

LA RELACIÓN ENTRE LO QUE COMES Y TU PIEL. UNA HISTORÍA LLENA DE MITOS Y CONFUSIÓN

Seguro que habéis escuchado muchas veces que la comida grasa provoca granos, y lo más probable es que vuestra madre no os dejara comer chocolate ni frutos secos en cuanto veía el más mínima espinilla en la frente.

Durante muchos años ha existido la teoría de que comer grasas o fritos provocaba más grasa en la piel y este aumento de grasa, hacía que brotara el acné. Hasta los dermatólogos lo pensaban en los años 50 y 60.

Hoy en día, lo único que podemos decir es: “no existe evidencia” que confirme la relación entre lo que comemos y por ejemplo, tener acne. Esto no quiere decir que no exista relación entre dieta y dermatología.

El “problema” está en el concepto “evidencia científica”.

En los últimos 20 años en todo lo relacionado con la medicina se ha empezado a demandar que la eficacia de lo que hacemos o de los tratamientos que usamos sea probada mediante estudios clínicos que cumplan una serie de requisitos. Estos estudios deben estar hechos a gran escala (con cientos, a veces miles de individuos), y deben ser randomizados y controlados. Esto consiste en asignar aleatoriamente (al azar) a los participantes en ese estudio en dos o más grupos; grupo tratamiento y grupo control.

Como podéis imaginar, es tremendamente difícil hacer un estudio de estas características sobre nuestros hábitos alimenticios. Para que estos estudios sean válidos habría que “encerrar” a los participantes durante semanas y así poder controlarlos y evitar que le den un simple bocado a algo que no esté incluido en el estudio, ya que invalidaría sus resultados. Es decir, existen numerosos “factores de confusión” o variables que influyen en los estudios sobre la relación entre dieta y piel.

De hecho, hasta hace poco sólo había dos estudios serios sobre dieta y acné. En uno de 1969, intentaban comprobar si el chocolate provoca granos. Hicieron dos grupos de adolescentes, a uno le daban barritas de chocolate y al otro barritas que imitaban el chocolate (reemplazaban la grasa del cacao por otra grasa vegetal parcialmente hidrogenada). Y vieron que no había diferencias entre ellos a la hora de tener acné, así que llegaron a la conclusión que la dieta no influía en los brotes de acné. Y eso es lo que hemos creído todos hasta hace relativamente poco.

Lo que no vieron es que las dos clases de barritas tenían la misma cantidad de azúcar.

La dieta SÍ afecta a tu piel, aunque no de la forma en que tradicionalmente se ha pensado.

Así que nuestras madres y los dermatólogos de los años 50 y 60 estaban en los cierto, aunque no es la grasa de los fritos o el cacao lo que provocan los brotes de acné.

Cuando lo que comes hace que te salgan granos, eczemas o incluso arrugas, el culpable es el azúcar.

Casi todo lo que comemos, una vez dentro de nuestro cuerpo, se transforma en azúcar (glucosa) y los picos de glucosa en sangre hacen que el páncreas produzca insulina para controlarlos. Pero la glucosa no aumenta sólo cuando comemos azúcar, hay muchos otros alimentos que no son dulces (incluso salados) que se transforman en glucosa, por ejemplo los que contienen almidón.

El “índice glucémico” es una forma de medir la rapidez con la que un alimento se transforma en glucosa dentro de nuestro cuerpo. Los alimentos con índice alto son los ricos en azúcar, almidón o carbohidratos simples (dulces, pan blanco, etc). Los de índice bajo son los hidratos de carbono complejos, proteinas y las grasas (El pan integral, la carne magra, las nueces…)

Además de ser causa de diabetes por resistencia a la insulina, entre muchas otras cosas, los picos de glucosa aumentan la producción de grasa en los poros de la piel, provocan episodios de enrojecimiento en la cara, reaccionan con el colágeno y la elastina provocando arrugas por pérdida de firmeza y de elasticidad… o alimentan a los hongos que habitan en nuestra piel haciendo que empeore un eczema seborreico.

Incluso los azúcares que consideramos “naturales” como los de algunas frutas y verduras, pueden provocar aumentos de los niveles de glucosa en sangre, por ejemplo las uvas. Y un consejo: alejaros de las cajas de cereales para el desayuno.

Esto se va complicando. ¿A que sí?

El concepto de “Carga Glicémica” puede ayudarnos.

La carga glicémica de cada alimento es lo que compara la velocidad con la que se degrada a glucosa (índice glucémico), con la cantidad de azúcar que contiene y por tanto, su posible efecto en la piel.


Por ejemplo, comparamos una pieza de bollería con una rodaja de sandía. Ambos contienen carbohidratos que se degradan y aumentan los niveles de glucosa en sangre y ambos tienen un índice glicémico de 72). Pero una pieza de bollería tiene más cantidad de carbohidratos que una rodaja de sandía, por eso la carga glicémica de la primera es 25 y la de la rodaja de sandía es sólo 4. Así que, una eleva más la insulina que la otra y afecta más a tu piel.

Otro ejemplo: las zanahorias tienen un índice glicémico alto, 40 (casi como una barrita de esas que tomamos entre horas). Eso quiere decir que los carbohidratos que contiene la zanahoria se transforman en glucosa muy rápido, pero la carga glicémica de la zanahoria es baja, ya que contienen poca cantidad de carbohidratos.

No hay que dejar de comer estas frutas (uvas, manzanas, platanos, etc.), sino evitar comerlas en exceso y hacerlo junto con alimentos que contengan proteínas y grasas, ya que hace que liberen la glucosa más lentamente.


Todo esto parece complicar la forma en que deberíamos alimentarnos, pero son conceptos que podemos ir aprendiendo poco a poco.

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