domingo, 10 de marzo de 2013

COMPARACIONES


El primer día que fui a visitarla, era justo antes del almuerzo. Golpeé con fuerza la puerta, entré y me dirigía a ella en voz alta, presentándome y dándole las buenas tardes. Ella levantó su mano como en una señal de stop: "No hablo Español". “¿Do you speak English?” le pregunté entonces.

Sonrió, se encogió de hombros y me dijo “No, sólo Alemán”. Lo decía con un gesto que parecía de disculpa por no hablar el idioma de la tierra donde estaba viviendo.

“De acuerdo, quiero decir, ¿JA?… volveré con un in-ter-pre-te.” Me froté la frente con la palma de la mano, casi avergonzada, porque sabía que mi pronunciación lenta de la palabra "intérprete" no tenía sentido alguno para ella. Pero me di cuenta por su sonrisa de alivio que sabía lo que quería decir. Así que cuando vio que entraba de nuevo en la habitación con otra persona, sonrió con alivio.

Apoyó las manos a ambos lados y se incorporó en la cama. Vi su torso, contemplé sus elegantes movimientos de bailarina y sus formas perfectas. Miré la historia para confirmar de nuevo su fecha de nacimiento. Aparte de las patas de gallo profundamente arraigadas en las comisuras de sus ojos, parecía mucho más joven.

Tenía el pelo rojizo y cuando pasó su mano por la cara para retirarlo, me dí cuenta de que parecía estar cubierta, cómo diría un niño pequeño, de polvo de hadas… De pecas, de la cabeza a los pies. Incluso sus labios estaban pintados con pequeñas manchas marrones.

"Eso fue una cosa inteligente", intentó hablar en español y sonrió. Ella me miró y decidí que me gustaban sus ojos, y cómo sus casi invisibles pestañas rubias los enmarcaban. Yo nunca había visto unos ojos como esos. Parecían azules como los de un bebé y un minuto después de color gris verdoso.

Había empezado semanas antes con picor en la cara que se le había extendido al cuello y la parte superior del tronco y ninguna de los tratamientos que le habían puesto hasta entonces funcionaban, incluso estaba empeorando. La piel empezaba a ponerse roja, brillante y pequeñas pápulas de un tono casi anaranjado iban a pareciendo aquí y allá… la cabeza le picaba, tenía más caspa y las palmas de las manos aparecían algo engrosadas…

Y aunque no había forma de mantener una conversación directa entre las dos, aunque necesitábamos de un intermediario para comprendernos, intenté hacer lo mismo que hago siempre. No quise que aquello fuese sólo un trámite. Yo ya tenía varios diagnósticos en la cabeza, el más probable una Pitiriasis Rubra Pilaris la forma del adulto.

¿Qué se haría normalmente? Una biópsia, unas analíticas y empezar el tratamiento…

Pero… ¿qué prefiero hacer muchas veces?

Coger una silla y sentarme a su lado. En ocasiones sujetar su mano. Intentar llegar a conocerla, porque sabes que vas a verla durante mucho tiempo. Tomarme mi tiempo.

En aquella ocasión yo quise, establecer un vínculo con ella, aprender...

Es difícil de explicar… Descubrí que sentía la necesidad de conocerla, de encontrar una manera de darle un pedazo de mí.

Tengo la certeza de que ese gesto inundó con algo parecido al agradecimiento sus ojos de color camaleón.

Era una persona culta inteligente, una excelente “historiadora”, así que fue fácil llegar a unir todos los hilos de su enfermedad y de su vida.

Y a pesar de su situación en aquel momento, y de no poder comunicarnos directamente, su vida llena de éxitos profesionales, su personalidad, todo lo que fue contándome a lo largo de aquellos meses de visitas, me hizo sentir admiración… creo que hasta envidia…

Todos hemos mirado a alguien alguna vez y hemos pensado: "¿Por qué tiene más éxito o más belleza? o ¿Por qué es más inteligente o perfecto/a que yo?"

Muchas veces he leído que las personas que se comparan con otros son más infelices. Porque esto provoca en ellos sentimientos de inadecuación, de arrepentimiento, de culpa… y que las personas que son felices en general son menos propensos a compararse. Con frecuencia, la comparación personal y social, fomenta emociones que son destructivas y contribuye a ciclos de infelicidad e insatisfacción.

Esos sentimientos de no ser adecuado, o tan bueno/a como X, Y o Z, son como burbujas que nos estallan de repente, cuando menos lo esperamos.

Pero compararse es un rasgo humano, es natural. Y no siempre es totalmente malo. El secreto está en convertirlo en algo productivo, intentando ser amable y compasivo contigo mismo en el proceso.

Cooperar con personas a las que admiras, no competir con ellas, te hará pensar en ti mismo como poseedor de esas cualidades y aprenderás.

Si alguien, tiene, o hace algo que te gustaría ser, tener o hacer, en vez de sentir celos, observa cómo obtuvieron esas cosas y establece metas realistas para conseguir lo que quieres.
.......

Hoy me he despertado con esta canción en mi iPod mental...


4 comentarios:

  1. No debe ser fácil no competir en un trabajo como el que tienes.

    Bello post.

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  2. ¡Cómo me gusta este blog! ¡Qué bien y bonito escribes!

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  3. Muchas gracias, eso me anima a escribir, que andaba un poco desanimada. :-)

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  4. Que maravillosa pubicación!!!!
    Me encantaría ser tu paciente! :-D

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