domingo, 9 de junio de 2013

EL TIEMPO ENTRE LAS OLAS


No importa quién eres o a qué te dedicas, hay momentos en la vida de todos en los que nos detenemos, miramos a nuestro alrededor y pensamos: "Joder (algunos omiten esta palabra), esto es la vida real."

Esos momentos son aquellos en los que la realidad nos da con fuerza en la cara. Momentos en los que todas las creencias y situaciones hipotéticas en las que nos sustentábamos se desmoronan y las sustituye la cruda realidad. 

Cuando esos momentos llegan (y siempre lo hacen) tu única posibilidad es detenerte y aprender.

Esos momentos son diferentes para cada uno de nosotros, aunque no demasiado.

A la realidad no le importa si eres negro o blanco o masculino o femenino o rico o pobre. Si vives lo suficiente, te encontrará. Y cuando lo haga, lo sabrás.

Y sucede en oleadas.

Esas olas embravecidas a veces te pillan atento, preparado para navegarlas, pero otras veces no y te arrastran, golpeándote contra las piedras de la orilla.

Por otro lado está el tiempo que pasa entre una y otra ola. Ese tiempo en que vives tranquilo, creyendo que estás perfectamente preparado… pero llega otra ola… y la magnitud de la realidad te deja allí sentado, sacudiendo la cabeza… pensando…

"Joder, (o demonios, o mierda) esto es la vida real.”

Escribo esos improperios porque admito que esta es la manera en la que aparecen en mi cabeza, en vez de un “Guau”. Esa palabra no es propia de mi.

Aquí cada uno puede insertar sus propias palabras. Puedes decir "Jolín, las cosas se pusieron serias". De cualquier manera, lo digas como lo digas, la vida se pone así muchas veces.

¿Y por qué pienso ahora en esto?

Mmmmm, bueno…

Hoy me he acordado de una persona, un paciente. Recuerdo que tenía esa forma de comunicarse que nos gusta tanto a los médicos, esa que hace que nuestro trabajo sea más fácil. Se sentaba de golpe, casi se tiraba en la silla. Nos saludaba con una amplia y relajada sonrisa, y nos miraba directamente a los ojos. Hablaba con claridad, era sincero y acompañaba cada palabra con un gesto muy típico de su cabeza.

Sabía cómo tratarnos a todos. Más de una vez sonrojó a la enfermera y a mí misma. Era entrañable.

Tenía uno de esos diagnósticos que no le desearías ni a tu peor enemigo, pero su semblante, siempre agradable y sus ojos bailarines, nos daban la bienvenida y nos hacía sentir bien. No estaba amargado, ni bloqueado por el miedo o la ira... era feliz…

A él le escuché muchas veces hablar de “las olas embravecidas”, de la “cruda realidad”… y gracias a él aprendimos a aprovechar y disfrutar un poco más del tiempo entre las olas.

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