Seguro
que habéis escuchado muchas veces que la comida grasa provoca granos, y lo más probable es que vuestra
madre no os dejara comer chocolate ni frutos secos en cuanto veía el más mínima espinilla en la frente.
Durante muchos años ha existido la teoría de que comer grasas o fritos provocaba más grasa en la piel y este aumento de grasa, hacía que brotara el acné. Hasta los dermatólogos lo pensaban en los años 50 y 60.
Durante muchos años ha existido la teoría de que comer grasas o fritos provocaba más grasa en la piel y este aumento de grasa, hacía que brotara el acné. Hasta los dermatólogos lo pensaban en los años 50 y 60.
Hoy
en día, lo único que podemos decir es: “no existe evidencia” que confirme la
relación entre lo que comemos y por ejemplo, tener acne. Esto no quiere decir
que no exista relación entre dieta y dermatología.
El
“problema” está en el concepto “evidencia científica”.
En
los últimos 20 años en todo lo relacionado con la medicina se ha empezado a
demandar que la eficacia de lo que hacemos o de los tratamientos que usamos sea
probada mediante estudios clínicos que cumplan una serie de requisitos. Estos
estudios deben estar hechos a gran escala (con cientos, a veces miles de
individuos), y deben ser randomizados y controlados. Esto consiste en asignar aleatoriamente (al azar) a los
participantes en ese estudio en dos o más grupos; grupo tratamiento y grupo control.
Como
podéis imaginar, es tremendamente difícil hacer un estudio de estas
características sobre nuestros hábitos alimenticios. Para que estos estudios sean válidos habría que
“encerrar” a los participantes durante semanas y así poder controlarlos y
evitar que le den un simple bocado a algo que no esté incluido en el estudio,
ya que invalidaría sus resultados. Es decir, existen numerosos “factores de
confusión” o variables que influyen en los estudios sobre la relación entre
dieta y piel.
De
hecho, hasta hace poco sólo había dos estudios serios sobre dieta y acné. En
uno de 1969, intentaban comprobar si el chocolate provoca granos. Hicieron dos
grupos de adolescentes, a uno le daban barritas de chocolate y al otro barritas
que imitaban el chocolate (reemplazaban la grasa del cacao por otra grasa
vegetal parcialmente hidrogenada). Y vieron que no había diferencias entre
ellos a la hora de tener acné, así que llegaron a la conclusión que la dieta no
influía en los brotes de acné. Y eso es lo que hemos creído todos hasta hace
relativamente poco.
Lo que
no vieron es que las dos clases de barritas tenían la misma cantidad de azúcar.
La
dieta SÍ afecta a tu piel, aunque no de la forma en que tradicionalmente se ha
pensado.
Así
que nuestras madres y los dermatólogos de los años 50 y 60 estaban en los
cierto, aunque no es la grasa de los fritos o el cacao lo que provocan los
brotes de acné.
Cuando
lo que comes hace que te salgan granos, eczemas o incluso arrugas, el culpable es
el azúcar.
Casi
todo lo que comemos, una vez dentro de nuestro cuerpo, se transforma en azúcar
(glucosa) y los picos de glucosa en sangre hacen que el páncreas produzca
insulina para controlarlos. Pero la glucosa no aumenta sólo cuando comemos
azúcar, hay muchos otros alimentos que no son dulces (incluso salados) que se
transforman en glucosa, por ejemplo los que contienen almidón.
El
“índice glucémico” es una forma de medir la rapidez con la que un alimento se
transforma en glucosa dentro de nuestro cuerpo. Los alimentos con índice alto
son los ricos en azúcar, almidón o carbohidratos simples (dulces, pan blanco,
etc). Los de índice bajo son los hidratos de carbono complejos, proteinas y las
grasas (El pan integral, la carne magra, las nueces…)
Además
de ser causa de diabetes por resistencia a la insulina, entre muchas otras
cosas, los picos de glucosa aumentan la producción de grasa en los poros de la
piel, provocan episodios de enrojecimiento en la cara, reaccionan con el
colágeno y la elastina provocando arrugas por pérdida de firmeza y de
elasticidad… o alimentan a los hongos que habitan en nuestra piel haciendo que
empeore un eczema seborreico.
Incluso
los azúcares que consideramos “naturales” como los de algunas frutas y verduras,
pueden provocar aumentos de los niveles de glucosa en sangre, por ejemplo las
uvas. Y un consejo: alejaros de las cajas de cereales para el desayuno.
Esto
se va complicando. ¿A que sí?
El
concepto de “Carga Glicémica” puede ayudarnos.
La
carga glicémica de cada alimento es lo que compara la velocidad con la que se
degrada a glucosa (índice glucémico), con la cantidad de azúcar que contiene y
por tanto, su posible efecto en la piel.
Por
ejemplo, comparamos una pieza de bollería con una rodaja de sandía. Ambos
contienen carbohidratos que se degradan y aumentan los niveles de glucosa en
sangre y ambos tienen un índice glicémico de 72). Pero una pieza de bollería
tiene más cantidad de carbohidratos que una rodaja de sandía, por eso la carga
glicémica de la primera es 25 y la de la rodaja de sandía es sólo 4. Así que,
una eleva más la insulina que la otra y afecta más a tu piel.
Otro
ejemplo: las zanahorias tienen un índice glicémico alto, 40 (casi como una
barrita de esas que tomamos entre horas). Eso quiere decir que los carbohidratos
que contiene la zanahoria se transforman en glucosa muy rápido, pero la carga
glicémica de la zanahoria es baja, ya que contienen poca cantidad de
carbohidratos.
No hay
que dejar de comer estas frutas (uvas, manzanas, platanos, etc.), sino evitar
comerlas en exceso y hacerlo junto con alimentos que contengan proteínas y
grasas, ya que hace que liberen la glucosa más lentamente.
Todo
esto parece complicar la forma en que deberíamos alimentarnos, pero son
conceptos que podemos ir aprendiendo poco a poco.
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