“Se
exactamente cómo me pasó esto doctora.” Me decía una paciente con todo el cuerpo lleno de arañazos. “Fue cuando se rompió la lavadora y tuve que
estar una semana lavando en el lavadero del pueblo. El día que vi cómo bañaban
allí a un perro, empezó a picarme todo. Primero la espalda, yo intentaba
rascarme con la ayuda de una vara o frotándome en el quicio de la puerta… luego
los brazos, la barriga… me faltaban manos y le pedía a mi marido que me rascara
él también… Esa sensación de picor te hace palpitar de un deseo que si no es
erótico, se parece mucho…”
A pesar de los miles de artículos publicados
continuamente, hay poco escrito sobre el placer de rascarse, puede que porque
es tan difícil medir ese placer como definir un olor o un sabor. Son espíritus
libres, como apariciones que se presentan sin ser invocadas para desempolvar un
recuerdo y conducirnos a un suceso, un momento olvidado. Muchos encuentran un
cierto placer erótico en el rascado.
Con los sentidos, siempre me asaltan dudas…
¿podemos clasificar el sabor del miedo como metálico? ¿a qué huele la envidia?
¿tiene sonido el primer beso?
El placer de rascarse se centra en la piel, y
muchas veces no comienza ahí, sino en un recuerdo, en el cerebro…
Rascarte es algo que haces de forma inconsciente.
Hay muchas razones físicas para hacerlo. La piel puede picar por una
dermatitis, por tener la piel seca, por una picadura de insecto, o incluso por
una enfermedad del hígado. Es un acto reflejo, y puede dar problemas si lo
haces en exceso.
La sensación de picor se origina, como todas las
sensaciones, en el cerebro. Durante tiempo se pensó que era una forma leve de dolor y que se transmitía a
través de las mismas vías sensitivas. Pero en experimentos posteriores se
comprobó que no era así, inyectaban histamina en cantidades cada vez mayores y
sólo conseguían más picor, no llegaban a provocar dolor.
La sensación de picor puede ser contagiosa, como
bostezar, (admitid que, probablemente, hayáis empezado a rascaros al leer esto),
y es que está muy ligado al cerebro y las vías nerviosas.
Un estudio que examinó el cerebro humano utilizando
imágenes de resonancia magnética reveló que el rascado disminuye la actividad
en aquellas partes del cerebro donde se almacenan recuerdos desagradables o
emociones negativas y estimula la parte del cerebro que atenúa el dolor.
La sensación de picor es también una señal de
alarma que nos avisa cuando algo puede ir mal. Por ejemplo, plantas que pueden
causar problemas en contacto con nuestra piel o insectos que transmiten
enfermedades si nos pican, el ligero roce de estos produce una respuesta
inmediata para que nos rasquemos y los ahuyentemos.
Piensa en el picor como en un sistema de alarma que
ha evolucionado para avisar al cuerpo y hacer frente a algo que está en
contacto con la piel antes de que le haga daño.
Pero rascarse demasiado puede ser perjudicial, es
un círculo vicioso. Cuando rascamos la piel demasiado, desestabilizamos los
mastocitos, un tipo de célula inmune. Estos liberan histamina, la cual, a su
vez, puede hacer que sintamos más picor. Así que, rascarse puede ayudar a
aliviar el picor, pero rascarse demasiado en realidad lo que hace es empeorarlo.
Además al rascarse continuamente, la piel se
engruesa y obscurece, esto se conoce como liquenificación, un problema de la
piel que pica horrores…
Afortunadamente podemos hacer cosas para evitar el
picor además de rascarnos. Ante todo si es intenso y sin motivo aparente o con
lesiones muy evidentes, acudir al médico por si es necesario hacer un estudio.
En caso de que sea leve, ayuda tener la piel bien hidratada, sobre todo en
invierno, aplicar paños de agua fría, no llevar ropa demasiado apretada y
distraerse, no pensar en el picor…
La idea de no rascarse, de negarse ese “placer” es
algo que cuesta hacer comprender a algunos pacientes…
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