sábado, 16 de marzo de 2013

CORAZONES ROTOS


Ese día te saludé con un simple “Hola” Creo recordar que escogí mis palabras cuidadosamente. Porque quería que me escucharas sin ponerte a la defensiva, sin sentir un nudo en el estómago, como cuando el suelo se abre bajo tus pies. No era ese el día de dar malas noticias, era sólo una visita rutinaria.

Tu simplemente levantaste la vista y te quedaste mirándome. Los ojos hinchados de tanto llorar. Los labios temblorosos. Dijiste “Hola”, con voz débil.

"¿Qué te pasa?” Te pregunté, porque algo te molestaba y no sabía que era. No era la clase de malestar que normalmente te causaba tu enfermedad, ese me era familiar.

Te conocía a ti y a tu enfermedad desde que tenías 6 años, de hecho fui la persona que te la diagnosticó. Epidermolisis Ampollosa Simple.





La primera vez que te vi, tus padres pensaban que eras una niña muy torpe, siempre volvías del cole llena de costras. Te salían pequeñas heridas con el mínimo roce... en los codos, en las rodillas, más tarde en las manos… hasta en la cara. Yo expliqué a tus padres cómo cuidar tu frágil piel, qué calzado y qué ropa podías usar, unos que no te oprimieran ni te rozaran. Les enseñé cómo curarte y vendarte las heridas sin poner el esparadrapo directamente sobre la piel para no provocarte ampollas al tirar de él. Con los años habías aprendido a hacerlo tu sola, y sabías cómo evitar que te salieran. Siempre habías sido muy fuerte.

Ahora era un tipo diferente de malestar. Difícil de ignorar.

“Estoy bien,” contestaste.

“No lo parece.”

Cuando dije eso, comenzaste a llorar. Tu cara retorcida en una mueca de desesperación, sacudiendo rítmicamente el pecho. Trataste de ahogar el llanto con las manos, pero no había forma de ocultarlo.

Instintivamente me senté junto a ti en la camilla y te pasé la mano por la espalda. No estaba completamente segura de lo que te pasaba, pero algo presentía. Yo tenía ya la suficiente experiencia como para saber que habías bajado de tu nube, y te habías encontrado con un mundo lleno de crudas realidades. Sentía que luchabas por sacudírtelas de encima.

Dije "Lo siento." No dije nada más. Ya te había explorado, no había revisado aun tus analíticas, pero eso podía esperar. La idea de seguir como si nada, leyendo cifras en un papel, me parecía tan inapropiado como intentar adivinar lo que pasaba en tu corazón aplicando un frío estetoscopio sobre él. En ese momento me parecía mal.

"Estoy tan …. triste ....". Y tras la palabra "triste" vinieron más lágrimas. Mantuve mi mano en tu espalda. Yo te miraba intentando adivinar. Respiraste hondo, te sentaste más erguida intentando congelar el tiempo y las lagrimas, presionando con los pulgares las esquinas de tus ojos. Las uñas pintadas de rojo pasión.

Esperé hasta que paraste. A esas alturas, ya sabía lo que era. Sí, por supuesto que lo sabía. Y para hacer ese diagnóstico no hacía falta tener un título de medicina.

“Tienes el corazón roto ¿Verdad?”

Y cuando dije eso dejaste caer tus manos y tu mirada confirmó mi sospecha.

"Joder, lo siento." Y admito que dije “joder”,  y que no es muy profesional en una consulta, pero es el tipo de palabra que se requiere al hablar con una chica de casi veintidos años con el corazón roto.

"El ya no me quiere, me va a dejar y dice que va a encontrar a otra mejor que yo. A alguien perfecta, más guapa y sin la piel llena de marcas. Y voy a estar sola y no quiero sentirme de esta manera." Las lágrimas seguían rodando por tus mejillas.

Me sentí mal por ti. Mal porque habías superado muchas situaciones tu sola, habías dado grandes pasos en la lenta recuperación de tu enfermedad y pensé que para curarte necesitabas deshacerte de todo lo que te oprimiera, no sólo la ropa ajustada o los zapatos apretados. Necesitabas aprender a vendar ese corazón, deshacerte de algunas personas.

"Sé como te sientes," te dije, "pero ¿sabes? También sé que vas a estar mejor. Sobre todo la parte del corazón roto. Lo sé por experiencia."

"No creo que pueda. Es el amor de mi vida. Creo que una parte de mí siempre estará deseando volver a estar con él. No me gusta sentirme así. Lo odio."

"Lo sé." Te acaricié la espalda y te dije de nuevo. "Lo sé."

Lo dije porque de verdad lo sabía. No lo sabía por haber estudiado medicina y conocer los fundamentos bioquímicos de tu tristeza o el proceso de cicatrización de las heridas de tu piel. Lo sabía por haber sido una veinteañera con esa clase de dolor. Y maldita sea, me gustaría tener algún tipo de tratamiento que pudiera aliviarlo. Si llegara a descubrirlo me haría la mujer más rica y famosa del mundo.

"¿Por qué tengo que sentirme así? ¿Qué puedo hacer para sentirme mejor?"

Te miré a la cara y sonreí. "Tiempo, ese es el secreto".

Me miraste y me di cuenta que esperabas… que deseabas que yo tuviera razón.

"¿Te puedo contar una historia?" Te pregunté.

"Érase una vez, una estudiante de primer año de medicina llamada Cristina. Conoció a un chico y se enamoró. Fue un flechazo, amor a primera vista.  Pasaban todo el tiempo que podían juntos. Estudiaban juntos, se sentaban juntos en clase, comían juntos... Pero sucedió algo… El no sentía lo mismo, y se veía con otras. Ella no lo supo hasta que intentó hacer planes de boda y él le dijo que ella era sólo un capítulo en su vida."

“¿Te imaginas? Eso si que es doloroso.”

“El chico que tanto quería con el que pensaba formar una familia, no la amaba. Se metió en la cama y estuvo llorando casi dos días seguidos. Sus amigas empezaron a preocuparse y le dijeron que tenía que comer y beber porque se iba a morir. Y ella les decía que ya se estaba muriendo. Finalmente, encontró las fuerzas suficientes para escribir su futuro."

“¿Y lo hizo?”

"Por supuesto, aunque parecía un futuro bastante desolador." Eso te lo dije intentando poner voz patética.

“Cristina pensaba que tenía que aceptar que en su vida iba a haber un vacío para siempre. Y que nunca podría superarlo. Y que algún día iba a conocer a alguien y a casarse, pero que seguiría amando a otro.”

“¿Y fue así?”

“Claro que no, mujer. Unos meses después aquello era solo un capitulo más de su vida.”

Terminamos riéndonos a carcajadas las dos juntas.

Intenta deshacerte de esas cosas. Las cosas malas, las que te causan dolor. Las relaciones tóxicas al igual que las adicciones pueden arruinarte la vida, casi sin darte cuenta. Una vida tan joven y llena de posibilidades…

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